El camino hacia la rendición

Hace unos meses decidí mudarme de país por el simple hecho que el lugar donde me encontraba anteriormente había cumplido su cuota de enseñanzas y aprendizajes.

El haber tomado esta decisión acompañado por la acción me llevó aproximadamente un año llevarlo a cabo porque una parte de mi quería quedarse en la zona cómoda, que ni tan cómoda era, por miedo a lo desconocido y a perder el control. Cuando por fin me armé de valor, compré el boleto aereo y me lancé a la aventura.

Han pasado 3 meses y las lecciones que he estado integrando son: el confiar en la vida, el hacerme amiga de la incertidumbre, el soltar el control, el afianzar la conexión con mi Guía interno, el profundizar mis prácticas de atención plena y meditación y el integrar mi energía masculina para llevarme a tomar decisiones y accionar desde la asertividad.

Me gustaría compartir con ustedes una pequeña anécdota de mi camino hacia la rendición, hacia la confianza en la vida y a cada momento presente:

En estos día decidí irme de excursión al monte más alto del pueblo, la persona que me lo recomendó me dijo que debía tener “piernas fuertes” ya que, habían partes muy empinadas pero que valía la pena el recorrido y la vista que disfrutaría una vez llegada a la cima de la montaña.

Se me ocurrió la brillante idea de ir al mediodía, el camino empezó muy empinado, sin sombra ni árboles alrededor, y lo primero que dije fue “si esto es así todo el camino no creo que vaya a aguantar”, sin embargo me dije “no puedes rendirte tan rápido, acabas de empezar” así que continúe; luego de un tiempo cuesta arriba empecé adentrarme en la montaña, rodeándome de vegetación y un poco de sombra, resguardándome del sol y tomando pausas.

Luego de 40 minutos subiendo mis piernas dejaron de llamar la atención acostumbrándose al ritmo y a la intensidad de la subida, a medida que iba subiendo disfrutaba cada vez más del entorno natural, del canto de los pájaros, de la diversidad de arboles y plantas, de la majestuosidad de cada flor, de la frescura del aire, de la calidez del sol que asombrosamente ya no me parecía intenso, y a su vez, habían momentos en los cuales el camino se abría y podía ver unas vistas hermosas, olvidándome de la meta que era llegar a la cima.

Al llegar sorpresivamente a la cima del monte pude disfrutar de una vista espectacular de 360º de la Toscana donde prevalecía un hermoso silencio, mi gratificación fue enorme ya que, me di cuenta de la hermosa lección que la vida me había ofrecido en ese momento.

Cuando decidimos salir de la zona cómoda, de crear un nuevo hábito, de realizar cambios, de abrirnos a lo nuevo y a lo desconocido, al principio puede sentirse como una subida empinada, donde aparecen los miedos, las resistencias y las dudas; pero si decidimos abrirnos y rendirnos, aceptando lo que el presente tiene para nosotros, si perseveramos, el camino empieza a sentirse más agradable y llevadero, empezamos a disfrutar del proceso dejando de pensar en la meta, y a pesar de que nos siga costando recorrerlo, cada obstáculo supone un aprendizaje valioso que nos llevamos y aceptamos con gratitud, y una vez que llegamos a nuestro objetivo resulta más gratificante el resultado porque nos habremos enfocado en el todo y no solo en una parte de ello.

La vida está llena de aprendizajes valiosos y experiencias expansivas y cuando soltamos el control de cómo y cuando deben desenvolverse los acontecimientos nos abrimos a recibir la abundancia de cada momento presente, lo desconocido tiene siempre gemas que ofrecer y hacernos amigos de la incertidumbre es decretar que confías en cada paso que das y que estás siendo guiado por una fuerza mayor que siempre te protege y te guía hacía la luz.

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